28.12.05

¿Caerá de punta?


La nave Hayabusa, que por estos días visita el asteroide de 500 metros Itokawa ("sorullo", en japonés), acaba de comprobar la existencia de una amplia zona pavimentada. Según los expertos, más que una roca espacial, podría tratarse de "escombros compactados".
En algunos círculos cunde el panico: podría estrellar contra la Tierra. "Astrored" no sólo publica una extraordinaria fotografía del cuerpo celeste sino que informa con precisión cuánto falta para se produzca la desgraciada deposición.

http://www.astrored.org/astrofotos/apod/index.php/ap051228.html

26.12.05

5 preguntas a Mario Bunge

“¿Por qué tiene diez dedos el pie humano?”

Cinco preguntas a Mario Bunge, doctor en ciencias fisicomatemáticas por la Universidad de La Plata en 1952 y profesor de Filosofía en la Universidad McGill de Montreal, Canadá, desde 1966. Recibió el Premio Príncipe de Asturias, tiene 14 títulos de doctor honoris causa y 4 de profesor honorario. Tiene más de 40 libros publicados.

1- ¿Cuáles son los temas más conflictivos entre ciencia y religión?

La naturaleza, origen y evolución de la vida, que la biología explica en términos puramente naturalistas; la naturaleza de la mente, que la neurociencia cognitiva muestra que es un conjunto de procesos cerebrales; y la función social y política de las religiones, que no son sólo cosmovisiones sino también herramientas de control social, esencialmente conservadoras porque se atienen a presuntas escrituras sagradas, que de hecho no son sino documentos históricos de tiempos bárbaros.

2- Cuando un científico firmemente creyente en Dios afirma que sus creencias no afectan en sus investigaciones, ¿le cree?

Le creo si lo que hace no toca a ninguno de los tres temas mencionados; o sea, si el investigador no se plantea ninguno de los grandes problemas que se presentan en la intersección entre la ciencia y la religión.

3-¿Alguna vez percibió en colegas “cortocircuitos” entre su profesión de fe y su profesión científica, o en su por lo menos en su aplicación del método científico?

Si, en el caso de la psicología y de la historia de ciencia. En el primer caso, la negativa a investigar los mecanismos neurales de los procesos mentales; en el segundo, la distorsión deliberada del pensamiento de grandes científicos, tales como Galileo y Einstein, y la tentativa de ignorar la existencia de los grandes filósofos materialistas.

4- ¿Por qué “es mejor” ser ateo que agnóstico o teísta?

Porque deja libertad para investigar, porque no acobarda a la gente con amenazas de castigo eterno por impiedad o pecado, y porque no obliga a contemporizar o aplazar la solución de cuestiones fundamentales, como es el caso de los agnósticos.

5- ¿Qué idea le resultó más eficaz para hacer dudar a un religioso?

Pedirle que me explique por qué el pie humano es tan ridículo, con diez dedos que no sirven para escribir ni para tocar el piano; o que me diga por qué Dios, si es tan bueno, inventó la lombriz solitaria, el piojo y el bacilo de la tuberculosis.

Alejandro Agostinelli

23.12.05

La “religión cósmica” de Einstein


Para rechazar la idea del azar, Albert Einstein afirmó:“Dios no juega a los dados”. Pero ¿en qué Dios creía Einstein? Guillermo Boido, profesor de Historia de la Ciencia de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, responde a las tres preguntas más frecuentes sobre las creencias del genio.
- ¿Negó Einstein alguna vez la existencia de Dios?
Luego de un período juvenil de escepticismo religioso, Einstein expresó una profunda religiosidad que lo acompañaría durante el resto de su vida. Uso este término y no el de religión porque no creía en algún dios personal que se ocupe del destino de sus criaturas, en ninguna clase de divinidad que otorga premios y castigos, a la cual se asocia la posibilidad de salvación de determinado grupo social y de los individuos. Nunca practicó religión institucional alguna, como el judaísmo o el catolicismo. Sin embargo, su religiosidad derivaba de su creencia en un Dios muy particular, que se expresa en la armonía, la legalidad y la racionalidad del universo. Así puede ser entendida su afirmación de que era "un no creyente profundamente religioso". Y por ello siempre negó que fuese ateo.
-¿A qué cosmovisión religiosa adhería, entonces?
La de Baruj Spinoza, el gran filósofo del siglo XVII. Afirmó muchas veces su creencia en el Dios de Spinoza, el cual “se revela en la ordenada armonía de lo que existe”, y no en un Dios que se interese por el destino y por los actos de los seres humanos. Aquí Dios y la naturaleza se identifican, y este sesgo panteísta es común a Spinoza y a Einstein. De hecho, Einstein habló en ciertas oportunidades de un “sentimiento religioso cósmico" o “religión cósmica”, una forma suprema de religiosidad que no estaría fundada en Revelación alguna, ni daría origen a una concepción antropomórfica de Dios, ni a una religión institucionalizada, ni a una teología sistemática.
-Sus ideas sobre Dios, ¿eran importantes en sus concepciones científicas?
Sí. Sus concepciones acerca de la ciencia (particularmente de la física) se fundaban en su creencia de que las especulaciones científicas provienen de un profundo sentimiento religioso; sin él, no serían posibles la ciencia y el arte. Como Spinoza, afirmaba que en la naturaleza todo acontece de acuerdo con leyes inmutables y deterministas, lo cual le impidió aceptar la llamada a la interpretación ortodoxa de la mecánica cuántica, adoptada por la llamada “escuela de Copenhague”, según la cual el carácter de las leyes físicas, en el dominio de la microfísica, es esencialmente estadístico o probabilístico, no determinista. Las propiedades de un sistema cuántico en un cierto instante, según esta interpretación, no determinan unívocamente las propiedades del mismo en un estado posterior. Esta posición alejó a Einstein de los puntos de vista adoptados por la mayoría de los físicos de su época.

Alejandro Agostinelli

21.12.05

Transhumanismo: monjes de la tecno-inmortalidad









Acuñada en 1957 por el biólogo Julian Huxley, la expresión “transhumanismo” recién se convirtió en un movimiento filosófico-cultural en los '80.

“Liberar a la raza humana de sus limitaciones biológicas”, es la consigna del trashumanismo o extropianismo, un movimiento filosófico surgido a expensas de la fe en el progreso que aspira alcanzar la inmortalidad sin mediación divina. No les agrada que los comparen con una religión. “Preferimos la ciencia al misticismo, y la tecnología a la oración”, aclara Max More, presidente de Extropy Institute. A Ray Kurzweil, autor de La Era de las Máquinas Espirituales (1999), el componente místico no le asusta. “Es algo tan trascendental que para explicarlo hay que utilizar un lenguaje casi religioso”, dice.
En julio pasado, invocando el mantra de la “Gran Convergencia Tecnológica del siglo XXI”, 200 militantes (entre ellos, empresarios, profesionales, profesores y estudiantes universitarios) celebraron en Caracas, Venezuela, la Conferencia Transhumanista Internacional.
Desafiar la inevitabilidad del envejecimiento y la muerte es primer mandamiento extropiano. Su programa: “acelerar la transición de la condición humana a una condición posthumana” y lograr la “esperanza de vida indefinida” utilizando “la ingeniería genética, las biociencias, intensificadores de inteligencia, computadoras súper veloces, integración neuronal con computadoras, las redes mundiales de datos, la realidad virtual, agentes inteligentes, inteligencia artificial, neurociencia, redes neuronales, vida artificial, inmigración planetaria y nanotecnología molecular”.
James Hughes, director de la Asociacion Mundial Transhumanista y autor del libro Ciudadano Cyborg: Por Qué las Sociedades Democráticas Deben Responder a los Humanos Rediseñados del Futuro, inédito en español), explica que buscan “trascender los límites impuestos por la dictadura de la biología y por los accidentes genéticos”. El politólogo Francis Fukuyama, autor de El Fin de la Historia, escribió en la revista Foreign Policy: “Si empezamos a transformarnos en algo superior, ¿qué derechos reivindicarán esas criaturas perfeccionadas y qué derechos poseerán en comparación con los que se queden atrás? (…) La amenaza a la idea de igualdad preocupa más aún si se piensa en los ciudadanos más pobres del mundo, que, seguramente, no tendrán acceso a las maravillas de la biotecnología.”
Para algunos críticos, el camino de los místicos racionalistas está sembrado de obstáculos; para otros, de estampitas del Señor Spock.

Alejandro Agostinelli

Más info:
http://www.kurzweilAI.net
http://www.extropy.org
http://transhumanism.org

La invención de Borel














Cuando el domingo 27 de noviembre de 1995 el Comando Militar del Este abandonó el centro operativo que había montado en la cima del Morro de Borel, los medios más influyentes de Brasil difundieron una sensación de triunfo. Por su fama de bastión inexpugnable, el sector se había convertido en una de las asignaturas pendientes de la Operación Río. Es que en el arbolado macizo que le da la espalda a Tijuca se disputan el poder narco los fusileros de dos bandas de 100 combatientes cada una. A su vez, éstas se turnan para sofocar la lluvia de fuego que reciben del vecino Morro de Casa Branca, ocupado por la cuadrilla de 300 hombres de Claudinho da Conceicao, tercer aspirante a dominar el tráfico en el área. Los 40 mil habitantes del Borel, encerrados en el laberinto sin escapatoria de las favelas, son como cobayos de un atroz experimento político militar. Sus preguntas sin respuesta retumban de morro en morro como el eco de las balas perdidas, que ahora guardan un silencio provisorio.
Al fin, el santuario regenteado por Julio Pie de Pato y Antonio Carlos dos Santos -jefes de sendas facciones que invocan el nombre del Comando Vermelho- fue cercado durante cuatro días por dos mil militares que contaron con el apoyo de un compacto formado por blindados, helicópteros y aviones. Las tropas fueron encabezadas por el propio general Roberto Cámara Senna, comandante máximo de la Operación. La prensa carioca informó hasta el aburrimiento que una bala errante le pasó raspando. Pero pocos medios locales titularon con el magro saldo del operativo: tras algunas escaramuzas, fueron detenidos 26 sospechosos de mantener relaciones promiscuas con el narcotráfico, se secuestraron algunos rifles y fusiles y cuatro kilos de cocaína. El colofón del asalto, y primera demostración pública de superioridad militar, fue reemplazar una gran cruz de madera “que simbolizaba el Comando Vermelho” por una bandera brasileña. En realidad, el crucifijo había sido colocado en 1979 por un misionero católico sin otro ánimo que evangelizar.
Más impacto causó el testimonio de los pobladores que denunciaron haber sido sometidos a torturas en la Iglesia San Sebastián, utilizada como base por el Ejército mientras peinaba las favelas en busca de armas y tildaba con yeso las casas requisadas. A pocos días del espectacular despliegue militar, La Prensa recorrió las zonas más conflictivas del Borel y comprobó que el poder narco sigue siendo dueño y señor de la región. Varios favelados -incluso aquellos que mantienen algún grado de compromiso con las cuadrillas- confiesan que no habían perdido la esperanza de que el Ejército consiguiera desarmarlas. “Pero torturaron a mucha gente que no tenía nada que ver... ¡y aunque lo tuviera! Hay lugares donde le perdimos el miedo a las bandas porque antes de guerrear pegan algunos tiros para que nos metamos en las casas. Ahora estamos peor”, confió Isabel, una monja carmelita que asiste a los pobres desde hace diez años.

INFIERNO CON VISTA AL PARAISO

Abajo, en las estribaciones del Borel, sólo había policías del Batallón de Operaciones Especiales (Bope) con sus espaldas adheridas a los muros. El fruto prohibido estaba cuesta arriba, donde se refugian las cuadrillas. La única garantía para entrar sin arriesgar mucho el pellejo era José Iván, presidente de la Asociación de Moradores. La condición era internarse acompañando a los cronistas del Jornal do Brasil, diario que -dicho sea de paso- apoyó abiertamente la intervención militar. “No es una compañía tranquilizadora -concedió Iván-, pero como ustedes son de un medio extranjero, nos respetarán”. Aún así, inquietaba saber que los narco son buenos lectores de las crónicas que protagonizan.
Chacra del Cielo es el paraje poblado más alto del morro. En un sentido, la vista es maravillosa. La Bahía de Guanabara, el puente que une Río con Niteroi, las playas doradas de Copacabana. En otro, dantesco: la hasta no hace mucho olvidada realidad de los que viven como pueden en los miserables márgenes de una ciudad que, allá abajo, rinde culto a la desmesura e hizo de la elefantiasis un estilo arquitectónico.
Si la primera impresión es lo que cuenta, la recepción fue prometedora. En medio de una nube de tierra naranja, una decena de pixotes corría detrás de una pelota. La llegada foránea disipó la polvareda, y los rapazes -de distintas edades e idénticos a sí mismos- mostraron sus caras oscuras y desconfiadas. Uno de ellos guió a La Prensa hasta los jóvenes que dijeron haber sido torturados. Los tres más golpeados denunciaron haber recibido shocks eléctricos en las heridas, en el cuello y bajo las uñas, pero ahora estaban internados. Los otros no mostraban moretones “porque nos metieron las partes bajo el agua para que no queden marcas''. Un vecino sin nombre acusó por lo bajo: “No les crea. Se hacen las víctimas porque quieren que se vayan los militares. Son delincuentes, pertenecen a las cuadrillas”. ¿A quién creer? El político de Borel puso cara de conocer la verdad. “Pero tienen que entender mi situación. Mi vida pende de un hilo”. Ese mismo día, el Comando del Este había conseguido autorización para intervenir los teléfonos de los líderes comunitarios. “El 80 por ciento está ligado al narcotráfico. Quien no colabora con el negocio de las drogas, muere”, sentenció un oficial, acaso anunciando quiénes serán las próximas presas de la cacería.

LA HORA DEL TERROR

Cuando efectivos del Ejército y la Policía Militar estuvieron allí, impusieron el toque de queda a partir de las 20 horas. “Es que por la noche todos los gatos son pardos”, había explicado el coronel Luis Cesario, portavoz del Comando del Este. Durante esos días, nadie podía salir ni entrar. Ahora, el horario de alerta es el mismo. Pero lo fijan los gerentes del narcotráfico. Y solo rige para los visitantes no invitados.
El sol había caído y las nubes eran un manchón de acuarela gris que desteñía el manto boscoso de los morros. “Hay que irse; se agotó el plazo de seguridad”, ordenó Iván. “Ya se pone en marcha el sistema y no permiten que se vea su funcionamiento”. El rostro del líder de la comunidad es tan seco e inexpresivo como un terrón del Pan de Azúcar. Pero cuando dijo que el tiempo se había terminado, por su frente se deslizó una persuasiva, delatora gotita de sudor. Leni Silles, guía e intérprete de BTR, la única agencia de Río que incluyó en sus turs rondas nocturnas de alto riesgo, insistía en quedarse. “Vaya con Iemanjá, que luego bajamos a pie”, dijo. Iván miró al cronista y giró su índice en la sien. “A las 20 superamos el horario máximo”. Eran las 21. “Si se quedan, están muertos”. Ni falta que hacía, pero quiso ser más gráfico y llevó a La Prensa hasta el borde de un precipicio. La enorme sigla T.C. se calaba en la roca donde nuestros pies intentaban afirmarse. “Este sector es del Tercer Comando. Si se asoman, el Comando Vermelho les vuela la cabeza. De abajo tiran con FAL, y les aseguro que, en lo oscuro, su puntería mejora”.
El volswagen azul del líder de los pobladores comenzó a bajar por el camino empedrado como un caracol asustado. Iván saludaba ostentosamente a los olheiros (campanas) que cumplían a rajatabla con su trabajo de estatuas vigilantes. El saludo sin eco reforzaba la sensación de soledad. “Si ponen música funky y la letra habla de la vida en las favelas, no hay problema”, aclaró. Pero desde un grabador se oía la marcha del CV. “Eso quiere decir que estamos en problemas”. Hasta entonces, la presencia narco era una amenaza invisible.
A mitad de camino, el coche de los cronistas del JB se detuvo. Iván soltó un juramento envenenado y frenó para socorrerlos. En ese instante, un centinela surgió como una sombra desencarnada de la oscuridad. Tenía una gorra con el emblema rojinegro del Flamengo y no más de 16 años. “Es un soldado del Comando Vermelho”, balbuceó Iván. Sus bracitos nerviosos e inestables sostenían un fusil AR-15, en su cuerpo se cruzaba una pesada guirnalda de municiones y su mirada no era temeraria sino temerosa. El político bajó del auto y trató de borrarle el gesto con una palmada cómplice. La valerosa intérprete de La Prensa clavó sus uñas en el hombro del cronista y le gritó al joven: “Deicha-nos continuar. Tudo bem, tudo bem, estamos com voces”. El pequeño guerrillero de intramuros aún no parecía convencido. José Iván tomó su arma prestada, elogió su calidad y jugó a que le disparaba a los cronistas del JB.
“Bang, bang”. La onomatopeya sonó con un realismo estremecedor. El narquito sonrió con ganas. Iván luego explicó que el simulacro, respetuoso del lenguaje interno, fue el salvoconducto que ahora permite contar el cuento. “Nadie sabe lo que pasa por la cabeza de un drogón asustado, menos si está armado”. Y asestó: “Lo que sí sé es que sólo ascienden cuando se muestran dispuestos a matar”.
La imagen de esa sombra regresando a la oscuridad pudo ser tanto la de un miliciano rojo como la de un fantasma de verdad. Pero para los políticos que negocian, para los pastores que rezan, para los militares que torturan, para los jueces que miran, para los sociólogos que explican, para los policías que arreglan, para los favelados que temen, ellos son de carne y hueso y pertenecen a este tiempo, a este lugar. Que nada ni nadie los mueve de sus madrigueras impenetrables. Porque el negocio, aunque pequeño, es rendidor, y los pequeños combatientes de la miseria armada saben que su destino es morir antes de los 25 años. Porque, lejos de allí, en sitios más confortables que el corazón de la floresta, el negocio grande continúa.
Alejandro Agostinelli
[Primera publicación: Diario La Prensa, diciembre de 1995]

“Veo gente chanta”


John Edward y James Van Praagh no sólo son los mediums más famosos de los Estados Unidos: también, gracias a las señales de cable, lo son en América Latina. ¿Cómo hacen para “ver” y “hablar” con difuntos que van a sus programas? “Primero, pensá que es difícil hablar con los muertos”, ironiza James Randi, el famoso ilusionista experto en fraudes. Edward, dice el mago, no pone a actores en escena: el público realmente cree que él está comunicándose con sus seres queridos. “De arranque pregunta por nombres comunes: ‘Siento una conexión con P... ¿Aparece algún Pedro, Patricio o Patricia?’, dice”. Siempre hay algún eufórico diciendo que tiene un tío Pedro. “Dicen cosas que le caben a cualquiera”, agrega. Y tienen un auditorio que quiere creer. Para el psicólogo Michael Shermer, los intermediarios con el Más Allá, usan la llamada “lectura en frío” (cold reading), esto es: “leer a desconocidos”, hacerles creer que saben algo de ellos cuando en realidad lo saben por lo que ellos mismos dicen. Esta información la obtienen por gestos, lenguaje corporal o reacciones que sugieren cuán cerca están de la pista. También, sigue Shermer, “invitan a interpretar frases ambiguas para recuperar datos que luego usarán en su simulacro predictivo”. ¿Hay terceras personas (productores, camarógrafos, etc.) que dan puntas sobre las personas antes del show? Joe Nickell, en la revista Skeptical Inquirer, dice que sí: “Varias veces se los pescó con las manos en la masa”. En fin, si los espíritus existen deben evitar a tipos como Edward y Van Praagh.
Alejandro Agostinelli

Lisa, la escéptica


Lisa es el personaje favorito de Matt Groening, el creador de la serie Los Simpsons. “Es la única que tal vez sea capaz de encontrar una salida... al menos de la ciudad de Springfield”, dijo. Esa nena de ocho años con peinado de estrella de mar, que toca el saxo barítono como los dioses y tiene un aire inconfundible a la Pequeña Lulú también se caracteriza por su inteligencia y sensibidad. Hay un capítulo, Lisa, la escéptica, que es de antología. En el pueblo aparece un esqueleto alado. Todos creen que es el fósil de un ángel. Menos Lisa, que llama al paleontólogo Stephen Jay Gould para averiguar de qué se trata. Homero, mientras, exhibe el ángel en el garage y cobra entrada para verlo. De pronto, el esqueleto se esfuma de la casa, reaparece en la cima de una montaña y el ángel lanza una voz apocalíptica: “El final ha llegado”. ¿Una señal de Dios?, se pregunta el pueblo. Hasta Lisa tiembla de miedo. Pero el horror se desvanece cuando se revela que había llegado el final, sí, pero ¡de los precios altos! El ángel era un truco promocional de un nuevo shopping... “La religión no deberá acercarse a menos de 500 metros de la ciencia”, había decretado el juez de Springfield. ¿Cómo quedó parado el finado Jay Gould? Mal. Pero mejor comprobarlo con nuestros propios ojos. Es un capítulo digno de verse.
Alejandro Agostinelli

El delito de secta no existe


Por Alejandro Agostinelli *

Hace tiempo que las sectas no invaden la Argentina. La gran difusión que alcanzó el desenlace del grupo neuquino La Familia, justificada porque pudo haber menores en situación de riesgo, amerita preguntarse: ¿Por qué pasó tanto tiempo desde la última vez que nos invadieron las sectas? ¿Cuánto tiempo pasó, exactamente? ¿Diez, quince años? Tal vez demasiados, más si se tiene en cuenta que los expertos en sectas (pseudociencia felizmente extinguida a fines del siglo pasado) declaraban que el tema de su especialidad constituía un problema permanente.

La década del ‘90 fue generosa en materia de cultos noticiables. Sin contar con el final en llamas de Waco, Texas (1993), y el suicidio colectivo de Puerta del Cielo en San Diego, Los Ángeles (1996), en los Estados Unidos, en nuestro país, por esos años, estallaron varios casos resonantes: Niños de Dios (1991, 1993), Lineamiento Universal Superior (1992) y el famoso “Yoga-Sex” de la Escuela de Yoga de Buenos Aires (1994). Esos años, denunciantes y medios prometieron revelar delitos horrendos sobre estos grupos. Pero, al poco tiempo, las causas se pincharon y sus líderes fueron sobreseídos.

Si el de las sectas es un problema real, ¿por qué, hasta ahora, no habían reaparecido? ¿Por qué el episodio de Las Lajas no destapa otros similares, reanudando el ciclo que tiende a demostrar la pavorosa magnitud del drama? ¿Por qué hace tanto que ningún ex adepto utiliza los noticieros, o al menos un talk-show, para denunciar que sus antiguos líderes estuvieron jugando al desafío de la blancura, pero no con sus camisas sino con sus cerebros? ¿Por qué ya nadie alerta sobre el acecho de gurúes psicópatas agazapados en los recovecos más sórdidos del conurbano?

“El atroz poder de las sectas” fue el título de una revista a principios de los ’90. Lo que no se decía era que “el poder” de la editorial que publicaba aquel semanario era varias veces superior al de la suma de los grupos que aquella nota mencionaba.

Nunca falta, por cierto, el charlatán que se aprovecha de las tempestades sociales e incluso de la desinformación para sacar tajada a costa de quienes no pierden la ilusión de encontrar un santón en quien creer. Pero los escándalos pasajeros no hacen el verano. Por eso, cabe preguntarse si el de las sectas no será otro problema inflado.

Si, por el contrario, los motivos de preocupación fueran serios, ¿por qué, en estos años, ningún funcionario intentó impulsar mecanismos legales para defender a nuestros jóvenes de las agresiones sectarias a la buena fe, la libertad y otras sanas costumbres? ¿Acaso los argentinos nos estaremos volviendo más tolerantes ante la diversidad religiosa? Quién sabe. Tal vez se ha cobrado cierta conciencia de que muchas de estas “sectas”, en cuya construcción tiene tanto que ver la prensa (con su carga de prejuicios, coberturas precipitadas y búsqueda de titulares impactantes), son noticias fast-food: la realidad se las devora tan rápido que ni siquiera hay tiempo para reflexionar sobre ellas.

Destacar la realimentación que se da entre la cobertura de los medios y el “problema de las sectas” no supone dudar de la existencia de grupos polémicos, causantes de conflictos y tensiones sociales, independientes del periodismo que –cuando actúa profesionalmente– se esfuerza por reflejarlos, con todas sus voces y contradicciones.

Desde los medios, en general, las “sectas” resucitan cuando no hay mejores noticias en el asador. Es menos frecuente, en cambio, que alguien arroje una piedra en el estanque y asistir así al parto de una noticia prometedora: los curiosos ingredientes de estas historias (con los manejos psicológicos de sus líderes, el morbo sexual explícito o latente y el consabido menú de creencias fantásticas) embrujan a todos los públicos, más cuando “la secta del día” reclutó un famoso, se les descubre algún ritual bizarro o, como en Las Lajas, alguno de sus líderes indicó a sus fieles realizar actividades susceptibles de sanción legal, ética o moral.

Pero también abundan las fallas de perspectiva. No es raro que en un pueblo con una fuerte tradición militar como Las Lajas (que nació alrededor de un destacamento) “tenga sentido” que un grupo creado a imagen y semejanza de la institución más “familiar” de la localidad atraiga a los adolescentes. Esa estructura autoritaria y verticalista, que al principio no llamó la atención de la población, espanta a los que somos ajenos los códigos de esa subcultura. Los mismos que –por esa falta de distancia– erramos a la hora de detectar posibles aspectos alarmantes, y menos visibles, en el caso.

Si finalmente se probara la inocencia de la sociedad secreta de Las Lajas (es decir, si el famoso video de los franeleos fue parte de una representación teatral blanca y no de escenas para distribuir entre pederastas, por ejemplo), el costo para los implicados será igualmente alto. Porque muchos medios dictaron sentencia previa. La Familia era una “secta” y la secuencia de eventos posteriores orientará la lectura: el grupo ahora engrosa esa lista ominosa que descalifica a quienes reciben el mote sin necesidad de probar ningún delito.

* Secretario de redacción de la revista NEO y creador del sitio Dios! (www.dios.com.ar)

[Primera Publicación: Revista Noticias, 5/11/2005]

Un mantra para Obi-Wan

Hace unos años se difundió que en Australia y Nueva Zelanda miles de personas se estaban conviertiendo a la fe del Jedi. La idea era presentarse ante el gobierno del país para que autorizara a los nuevos creyentes a conformar una nueva religión. Australianos y kiwis iniciaron una campaña por internet para juntar firmas. Pero, la verdad, nunca se supo cuántos reclutaron y el proyecto quedó varado. Hasta que se estrenó el Episodio III, claro. Ahora, el arrollador regreso de Star Wars reavivó la pasión mística y hasta algunas iglesias cristianas se colgaron de Yoda para ganar prosélitos. Dick Stau, por ejemplo, escribió Christian Wisdom of the Jedi Master, el libro con que los católicos piensan acercar su doctrina a las nuevas generaciones. El origen del ensayo fue una charla del autor con un empleado en Microsoft. El joven, fan acérrimo de la saga, le dijo que deseaba profundizar su fe. Pero ¿cómo seguir los consejos de “un idealista de los 60”? Stau se quedó un rato pensando en cómo llegar al pibe y concluyó: “Creo que la correlación entre la fe con los iconos de la cultura popular exige apreciar y respetar a ambos. Star Wars es el mito épico más importante de nuestra era, y el cristianismo es la tradición religiosa más importante de Occidente; relacionar a ambos, creo, puede ayudar a entenderlos.” En su libro muestra cómo la iniciación de Luke se parece a la conversión de un cristiano como seguidor de Jesús. Que la Fuerza, o la Cruz, nos ayude.

Alejandro Agostinelli